19.7.06
Atención
Un soldado, era un soldado, y no mucho más que eso. Particular el soldado que no lleva armas consigo. Particular el soldado que ni siquiera puede desatar su furia descargando balas en el cuerpo antes incólume de un enemigo. El enemigo, enmascarado, cruel en su simulación, en su sonrisa hueca, es el General, el dueño del cuartel, quien decide el destino nefasto de aquel soldado, tristemente uniformado, que sólo baja la cabeza y prosigue con la caminata ciega por los pasillos del regimiento.
Escena I
El soldado se plantea, una vez más, la explosión. Una vez más también decide apagar, con las puntas de sus dedos humedecidos, la llama que el General ha encendido, en un descuido, tal vez en una mirada socarrona, en una orden anacrónica.
Escena II
Llueve. Y no es agua lo que cae del cielo. Es una orina intensa, pegajosa, burlona. Llueve sarcasmo sobre la ciudad del soldado, ya de civil, cruzando la avenida, observando de soslayo el campo de batalla que ha abandonado, nuevamente, herido.
Escena III
Soledad. Cuántas cosas podría el soldado argumentar sobre la soledad. La conoce. Es suya, tanto que hasta podría ser una hija, creación personal por momentos, autónoma de cuando en cuando. La representación estética se reduce a unas paredes tibias, calentadas con las chipas de su propia ira (la del soldado), escapista y delicada ira, contenida en el cuerpo angustiado.
Hay más. Un plato vacío, con los restos de una comida sencilla, aburrida, efímera. El plato, vacío, exhibe las huellas que un trozo de pan agitado, resignado al apretón perverso de dos dedos, ha delineado sobre su blanca superficie. Sobre un borde, o quizás en un punto cerca del centro, una escupida de mayonesa permanece inmóvil, perdiendo color con el transcurso de los minutos, muriendo en silencio.
Tal vez haya más. Incluso un televisor encendido, suspendido en las imágenes inabarcables y veloces de un canal imprudente y estúpido. La muerte puede ocultarse tras las caras más insólitas, puede inmiscuirse entre murmullos secos, entre la agria limpidez. Un cuadro, un espejo, por qué no, un espejo que refleja las facciones rendidas del soldado que descubre, en esas mismas facciones, en ese rostro pálido, una mueca, quizás una sonrisa, constante, circense, letal.
Escena IV
Nada, lo de siempre. Eso que el soldado llama nada para referirse a lo cotidiano, a eso que se repite cada jornada en el cuartel. Pero hoy el cuartel está como trémulo, inquieto en una suerte de presentimiento incómodo. Suenan huesos, contorsiones. El gusto a la humedad matinal se ha transformado en humo siniestro. El soldado, como cada mañana al presentarse, lo hace con puntualidad. Saluda a sus superiores con el rigor habitual, con el miedo manso que exhibió siempre, pero hay algo en su cara, en esa mueca de payaso decadente. Eso lo ve el General, lo ven todos, sea cual fuere su rango, es perceptible en el ambiente. Incluso sensibiliza a quienes nunca antes habían visto al soldado. El soldado sabe que, por primera vez, tiene un poder sobre el resto. La relación bipolar, ese medido magnetismo entre amo y esclavo, ha cambiado, ha mutado en algo incierto.
Y la historia se precipita. La tensión previa al estallido subyuga por completo al soldado. Duda. Vacila entre la explosión redentora y la subordinación autómata. Camina. Le sirve caminar. Se mueve. Tiembla, pero en el temblor, sonríe, siente la mueca insana que su nuevo poder le ha maquillado en la cara. Y explota. Entra en la oficina minimalista, y en el choque de sonrisas idiotas, renuncia. Y se va.
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Y explota. Entra en la oficina minimalista, y en el choque de sonrisas idiotas, renuncia. Y se va en busca de su amigo el caribeño con quién da mil vueltas hasta encontrar el bar indicado para tirar la bomba. Y la tira. Y se va. El ruido, la onda expansiva, la felicidad de un proyecto nuevo. Felicitaciones mi amigo querido. Lo mejor para tí.
Abrazo from the blog!
R.
ps. el nombre me sigue haciendo ruido.
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Abrazo from the blog!
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