24.10.08
Disparo 01
De: Fernando Parra
Fecha: miércoles, 22 de octubre de 2008 20:42
Para: Pablo Farana
Asunto: DISPARO 01
Disparo yo primero.
Por eso, Disparo 01.
¿Y si el Hombre se creó a sí mismo?
Fecha: miércoles, 22 de octubre de 2008 20:42
Para: Pablo Farana
Asunto: DISPARO 01
Disparo yo primero.
Por eso, Disparo 01.
¿Y si el Hombre se creó a sí mismo?
16.10.08
Seamos cartesianos
Tiene razón el autor (JPF) de un libro gordo que estoy leyendo por estos días: seamos cartesianos. Es un pedido (sin grandes exclamaciones, pero pedido al fin y al cabo), lo que demuestra que el autor se desespera porque los demás le encuentren el sentido que él encuentra a ese fantasma subyacente aunque cada día menos vigoroso llamado filosofía.
Seamos, entonces. Es que ya nadie se rebela ante nada, quizás algún marido ante su mujer, o alguna mujer que abandona a su marido cuando se descubre a sí misma infeliz tras, digamos, cuarenta años de vida marital apretujada. Acaso algún adolescente que se pinta la cara, se pone pantalones de colores y sale a la calle a bailar un rap bobo; si esto último es la representación de la rebeldía hoy, estamos en cenizas. ¿Seremos tan patéticos nosotros los hombres y mujeres pos-pos-pos-pos modernidad y pos tantas otras cosas?
Nadie se rebela, nadie dice que no a nadie/nada. Primero, el temor a quedarse en la puta calle, eso influye. Segundo, resulta que no se puede negar nada a un mal tipo que está arriba porque estar arriba es ser un mal tipo, algo, digamos, cultural y parte de la idiosincrasia.... Tercero, siempre va a estar la TV para sodomizarte con un partido de fútbol o un chimento jugoso y olvidarte temporal aunque rápidamente del malestar. Cuarto, la moneda local está tan devaluada que no dan los números para hacerse el canchero y agarrar la mochila con destino a Camboya. Habrá, seguramente, un quinto y hasta un décimo motivo del porqué nadie se niega, nadie se rebela.
Seamos cartesianos, de este modo, se convierte en un pedido ilusorio. Yo le creo al autor, y me da un poco de lástima que sea tan grande, tan cartesiano y de vez en cuando diga que no a alguien.... lo he escuchado, lo he visto. Es que no hay espacio en la práctica para la filosofía, o no le han dejado más espacio; si hasta sus formatos más adecuados -para ser transmitida- están en desuso: el libro y la docencia.
Además, la televisión -el soma de la casa, en sintonía Huxley- es un ente sí vigoroso y lamentablemente vital para el hombre y la mujer urbanos. La TV lo puede todo. La TV manda, rige, anula, decide, ofrece, regala, vende, estima, opina y sobre todo opina y nos dice qué hacer, y vuelve a opinar una vez más antes de que empiece el partidito del día. La TV es el planeta ideal de la indiferencia y la lentitud de mente porque no chorrea sangre y lodo de verdad: las imágenes no duelen.
Además, leer a Marx quitaría tiempo para.... ver tele.
Con el libro atravesando su triste impopularidad, con la docencia como vocación de generaciones pasadas, la filosofía es hoy marginal, y no en cuanto a su elitismo, ni en cuanto al distante lenguaje de los grandes filósofos -excluyendo a Sartre, claro, y a algún otro-, sino marginal en el sentido de que pisa la línea, recorre la frontera y en cualquier momento se hunde en el desierto periférico.
Yo no puedo ser cartesiano, imposible, impracticable de momento. Sí voy a tener presente la posibilidad de serlo cada vez que vea la cara del turro de turno y no pueda decirle que no.
14.2.08
Falla en el sector
Es extraño lo sensorial. El cuerpo es extraño. Lo cuidamos tanto (genéricamente hablando, yo no soy exactamente un cultor de la salud personal) convencidos de que así evitamos dolores y malestares que, aunque inevitables en lo eventual, pueden ser retrasados, detenidos momentáneamente como la marea que, obstaculizada por un pie playero, retoma impulso y regresa irremediablemente.
A ver, mejor desbrocemos la cuestión: olvidamos que la parte más frágil, y también la más sufriente en tiempos de crisis, y por qué no la menos cuidada, es la cabeza, en cuanto a su parte interior, la intangible, la que más duele.
Puedo sentir como algunas células en mis tejidos se van plagando de grises, a veces de un verde sombrío. El cuerpo, a veces, se me parte; se me duerme una pierna, por ejemplo, cuando se avecina (silente o ruidosamente) la bruma de la nostalgia; y siento esa misma pierna morir, gangrenarse, cuando la nostalgia da paso a la ausencia, a la distancia, esos conceptos estultos.
El suicidio forzado de una extremidad es un evento que de improviso me acomete cuando te recuerdo, y eso es algo que sucede día por medio. El día en medio, entre sueño y sueño, seguís estando, pero en memorias más sutiles.
Así me siento desde que partí. Hoy y aquel día. Ni más, ni menos.
Sé disimular, eso sí; y tengo una atroz capacidad para simular que la vida es una tarea sencilla y que mis días son las piezas de un dominó en aceptable estado, no demasiado complejos, incluso bastante solubles, que se van pegoteando hasta hacinarse y perderse entremezclados en un nido de identidades perdidas. La parábola del día domingo, siempre híbrido, pero siempre igual.
Obviamente, la realidad es en efecto más agria. Pero la simulación, como la magna ignorancia sobre las cosas (don que no tengo), es un venerable vino con resaca benévola.
Pero en el apogeo de la sinceridad, en un día como hoy, cuando la necesidad de escribir tiene vínculo sanguíneo con la herida del recuerdo, te confieso a vos que me duelen las piernas, y que están a punto de anularse de mis sensores. Va a durar un rato más esta sensación de muerte fragmentada que crece con la culpa del despojo y el olvido de lo más importante.
A ver, mejor desbrocemos la cuestión: olvidamos que la parte más frágil, y también la más sufriente en tiempos de crisis, y por qué no la menos cuidada, es la cabeza, en cuanto a su parte interior, la intangible, la que más duele.
Puedo sentir como algunas células en mis tejidos se van plagando de grises, a veces de un verde sombrío. El cuerpo, a veces, se me parte; se me duerme una pierna, por ejemplo, cuando se avecina (silente o ruidosamente) la bruma de la nostalgia; y siento esa misma pierna morir, gangrenarse, cuando la nostalgia da paso a la ausencia, a la distancia, esos conceptos estultos.
El suicidio forzado de una extremidad es un evento que de improviso me acomete cuando te recuerdo, y eso es algo que sucede día por medio. El día en medio, entre sueño y sueño, seguís estando, pero en memorias más sutiles.
Así me siento desde que partí. Hoy y aquel día. Ni más, ni menos.
Sé disimular, eso sí; y tengo una atroz capacidad para simular que la vida es una tarea sencilla y que mis días son las piezas de un dominó en aceptable estado, no demasiado complejos, incluso bastante solubles, que se van pegoteando hasta hacinarse y perderse entremezclados en un nido de identidades perdidas. La parábola del día domingo, siempre híbrido, pero siempre igual.
Obviamente, la realidad es en efecto más agria. Pero la simulación, como la magna ignorancia sobre las cosas (don que no tengo), es un venerable vino con resaca benévola.
Pero en el apogeo de la sinceridad, en un día como hoy, cuando la necesidad de escribir tiene vínculo sanguíneo con la herida del recuerdo, te confieso a vos que me duelen las piernas, y que están a punto de anularse de mis sensores. Va a durar un rato más esta sensación de muerte fragmentada que crece con la culpa del despojo y el olvido de lo más importante.
Fotografía: Marianna Dellekamp
30.4.07
Elegía
Podría escribir sobre la notable cantidad de tiempo que transcurrió entre este texto y el último que publiqué en este blog, al fin y al cabo sería un buen prólogo para discurrir sobre el inexorable paso del tiempo, su velocidad, sobre la pérdida, etc, que son las cuestiones que de alguna manera me motivaron a rastrear la clave de acceso absolutamente olvidada. Pero me resulta tremendamente aburrido escribir sobre eso, y apuesto que a ninguno de ustedes les vaya a causar demasiada simpatía esa temática, y me refiero con simpatía a lectura agradable, interesante, y no a otra cosa.
Noten que acabo de puntualizar en "ustedes". Porque seamos sinceros, los pasajeros temporales, perdidos en la web, no se detendrían a leer estas palabras. Y es quizás por este motivo que hace tanto no actualizo esta humilde morada cibernética: perdió sentido para mí expresarme para una masa sin cuerpo ni cara. Y digamos que, quién podría negarlo, me dedicaba justamente eso, a escribir líneas sin alma que eran leídas por usuarios sin nombres, por nicks sin personalidad.
Noten que acabo de puntualizar en "ustedes". Porque seamos sinceros, los pasajeros temporales, perdidos en la web, no se detendrían a leer estas palabras. Y es quizás por este motivo que hace tanto no actualizo esta humilde morada cibernética: perdió sentido para mí expresarme para una masa sin cuerpo ni cara. Y digamos que, quién podría negarlo, me dedicaba justamente eso, a escribir líneas sin alma que eran leídas por usuarios sin nombres, por nicks sin personalidad.
Y son tiempos para decir muchas cosas, y son tantas esas cosas que sólo así, escribiéndolas, las podría desarrollar como se lo merecen (ustedes y ellas, las cosas a ser dichas). Soy un gran simulador, y a veces -ustedes- no me ayudan en ese papel; pasan los minutos y la frivolidad (llámese concierto de rock o pedazo de carne) resultan útiles para la infructuosa tarea de proseguir con la farsa, pero que, como toda farsa, tiene sus límites y una esperanza de vida paupérrima, de las más bajas en el mundo de los conceptos.
Perdón, pero aunque lo intente no logro esquivar estas sensaciones y así termino escribiendo oraciones lacrimógenas que completan el círculo de la farsa hasta que regresan nuevamente al olvido (dentro de la misma simulación). Ya fue aquel mail, hoy es este post (que palabra aborrecible).
Y encima, si pretendo cambiar de tema, se me ocurren tópicos oscuros, digamos, la muerte. Y los planetas entonces se alínean y todo coincide entre las nubes negras, lo que pienso, lo que leo. Y me detengo en esto: lo que leo. Son tres libros esta semana; uno: filosofía, compuesto por artículos de gente cool del círculo de letras alla UBA, algunos dóciles, otros no tanto, y más allá del contenido (que es Foucault, Sócrates y la parresía), se pone duro -para mí- al medir la elección temática de Foucault, en cuanto a sus teorías, según la cercanía de su muerte; dos: Elegía, de Roth, y el título ya lo dice todo, y los personajes que intentan llegar al día siguiente con... la muerte respirando sigilosamente en cada rincón; tres: psicoanálisis, y no está la muerte como eje central pero, si me quiero poner en (psico)analista y encontrarle una interpretación delirante a todo, puedo aseverar que toca también el temita en cuestión, total, quién pudiera demostrar lo contrario, me saldría con la mía y ya.
Y me voy en poco tiempo. ¿Y si me muero lejos de ustedes? ¿Y si se muere la memoria? Es increíble, la retórica en la que hay que pegotearse para decir, sin realmente decirlo, entre comillas, que estaría bueno no ser olvidado.
Esto de elegía tiene todo menos lo que reza la definición, que más o menos la describe como una composición poética triste sobre lo triste y que a su vez te pone triste. Digo: de composición tiene apenas la intención, no es más que catarsis elegíaca.
Bien, creo que es suficiente. Y para cerrar, tengo un chiste para compartir con ustedes... pero realmente no me da gracia, así que me lo guardo.
23.8.06
Todas las voces todas
Ensordecedor por momentos, intenso, siempre. Pero la historia siempre empieza motivada por flojeras... por eso, el comienzo, como siempre, fue flojísimo: caras caídas en el crepúsculo de la jornada laboral, nada que decir, o lo suficiente como para repetir lo mismo de siempre, como siempre.
Pero siempre, como siempre, cae rodando desde el pico más alto el muchacho del peinado a dos aguas con, como siempre, el desquicio de una fatalidad leve, con la incipiente catástrofe benévola que siempre, como siempre, termina en el eco de las risas. Como un monito saltarín, le pega al piso con los pies, y su risa disfruta de la mía. Sí, sé que, como siempre, sólo yo puedo reírme de esas cosas, pero el cumple me había puesto festivo, qué se yo...
Entre mensajes de textos que extienden la incredulidad, empieza a llegar la troupe del Gnomo, y por algún motivo se me hincha el alma. Es que se trata, verdaderamente, y como siempre, de un desfile de entrañables: la señora abogada que se sumó a las filas a pesar de su convalecencia y que sin darse se cuenta empezó (como siempre) a trastabillar con compotas sucias en las manos, y que no se metan con la Britney y que el Titanic se hundió en la Grecia Antigua, y no se discute más...; la imitadora de la Mujer Maravilla -la mejor de la zona, sin dudas, y parece que se larga con las giras barriales- que al principio me lanza una injusticia y nunca entiendo si es en serio, y después, aporta la mejor mímica de la noche; la rubia renegada que reniega y reniega pero termina cayendo en la terminología de los chicos de la TV y que seguro, como siempre, en vez de irse a dormir se fue a sufrir alguna citas a ciegas en Azul Profundo, mientras se queja, con total descaro, de su maldito viaje a las costas de Yucatán; la mejor producida de la fiesta que se me quiebra, se me quiebra, pero vamos que resistió y ya está casi entera; y, finalmente, la hermana culta que concluyó la noche sumamente preocupada por el bienestar de ya no recuerdo qué estrella del pop regional. La Colorada, sumo artífice, la dueña de la varita, silenciosa, sonriente, sabe que una vez más se salió con la suya, y debe verlo en mi estado de ánimo, o en la cara de mis amigos, quienes en la por momentos imposible interposición de voces y risotadas, me dejaron tatuado en la espalda un cumpleaños para el recuerdo. Quién podría haberme pronosticado que ahora, ya tan viejito, iba a disfrutar tanto de estas cosas....
No me quedó claro quienes eran los bloggeros lamentables, sí que son lamentables, ni si la modelito sufre en efecto la madre de todas las enfermedades modernas, ni si en serio me gané una Vaca gratis, o dos, ni si Pink es lo mejor de los últimos años, o del siglo entero... como sea, categóricamente, como el dueño de La Nada, me despido con un Gracias Totales, y nos vemos en el próximo cumple...
Post Data: no sé si me gané el premio al mejor Post-Crónica de la noche, pero a veces el corazón anula la creatividad literaria, o bloggera, o como fuere...
19.7.06
Atención
Un soldado, era un soldado, y no mucho más que eso. Particular el soldado que no lleva armas consigo. Particular el soldado que ni siquiera puede desatar su furia descargando balas en el cuerpo antes incólume de un enemigo. El enemigo, enmascarado, cruel en su simulación, en su sonrisa hueca, es el General, el dueño del cuartel, quien decide el destino nefasto de aquel soldado, tristemente uniformado, que sólo baja la cabeza y prosigue con la caminata ciega por los pasillos del regimiento.
Escena I
El soldado se plantea, una vez más, la explosión. Una vez más también decide apagar, con las puntas de sus dedos humedecidos, la llama que el General ha encendido, en un descuido, tal vez en una mirada socarrona, en una orden anacrónica.
Escena II
Llueve. Y no es agua lo que cae del cielo. Es una orina intensa, pegajosa, burlona. Llueve sarcasmo sobre la ciudad del soldado, ya de civil, cruzando la avenida, observando de soslayo el campo de batalla que ha abandonado, nuevamente, herido.
Escena III
Soledad. Cuántas cosas podría el soldado argumentar sobre la soledad. La conoce. Es suya, tanto que hasta podría ser una hija, creación personal por momentos, autónoma de cuando en cuando. La representación estética se reduce a unas paredes tibias, calentadas con las chipas de su propia ira (la del soldado), escapista y delicada ira, contenida en el cuerpo angustiado.
Hay más. Un plato vacío, con los restos de una comida sencilla, aburrida, efímera. El plato, vacío, exhibe las huellas que un trozo de pan agitado, resignado al apretón perverso de dos dedos, ha delineado sobre su blanca superficie. Sobre un borde, o quizás en un punto cerca del centro, una escupida de mayonesa permanece inmóvil, perdiendo color con el transcurso de los minutos, muriendo en silencio.
Tal vez haya más. Incluso un televisor encendido, suspendido en las imágenes inabarcables y veloces de un canal imprudente y estúpido. La muerte puede ocultarse tras las caras más insólitas, puede inmiscuirse entre murmullos secos, entre la agria limpidez. Un cuadro, un espejo, por qué no, un espejo que refleja las facciones rendidas del soldado que descubre, en esas mismas facciones, en ese rostro pálido, una mueca, quizás una sonrisa, constante, circense, letal.
Escena IV
Nada, lo de siempre. Eso que el soldado llama nada para referirse a lo cotidiano, a eso que se repite cada jornada en el cuartel. Pero hoy el cuartel está como trémulo, inquieto en una suerte de presentimiento incómodo. Suenan huesos, contorsiones. El gusto a la humedad matinal se ha transformado en humo siniestro. El soldado, como cada mañana al presentarse, lo hace con puntualidad. Saluda a sus superiores con el rigor habitual, con el miedo manso que exhibió siempre, pero hay algo en su cara, en esa mueca de payaso decadente. Eso lo ve el General, lo ven todos, sea cual fuere su rango, es perceptible en el ambiente. Incluso sensibiliza a quienes nunca antes habían visto al soldado. El soldado sabe que, por primera vez, tiene un poder sobre el resto. La relación bipolar, ese medido magnetismo entre amo y esclavo, ha cambiado, ha mutado en algo incierto.
Y la historia se precipita. La tensión previa al estallido subyuga por completo al soldado. Duda. Vacila entre la explosión redentora y la subordinación autómata. Camina. Le sirve caminar. Se mueve. Tiembla, pero en el temblor, sonríe, siente la mueca insana que su nuevo poder le ha maquillado en la cara. Y explota. Entra en la oficina minimalista, y en el choque de sonrisas idiotas, renuncia. Y se va.
22.2.06
Fragmento
En la Meca había un puente. Ya no existe. Se derrumbó, cansado de tantos pasos humanos que resistió durante siglos. A caer, aniquiló las vidas de cien personas que murieron celebrando. Entre sus fragmentos destruidos quedaron los cuerpos sin alma. ¿Cuántos de esos muertos, segundos antes de convertirse en eso, en muertos, en materia inactiva, habrán estado, segundos antes, gozando de su peregrinaje iniciático a la morada de Mahoma?
¿Existe acaso una manera grata de morir? ¿El tiempo, o lo que llamamos progreso, mitigan el dolor de la muerte? Ninguno de esos hombres que perecieron debajo del puente que se convirtió en miles de rocas, a metros de la Kabaa, sufrió una muerte diferente a la de aquel aldeano que abandonó el mundo físico al ser impactado por la imagen de Gabriel, en tiempos de la Makoraba de Tolomeo. El infarto, que todos confundieron con visión milagrosa, duró tanto como esa caída ambientada con gritos salvajes en la Arabia actual.
Un hombre muere de un golpe al centro del corazón, encerrado en su automóvil, que a su vez está encerrado en la pegajosa lentitud de una autopista en dirección hacia la periferia, en el verano de Buenos Aires. Es un instante. Otro hombre deja de sentir sus piernas, y su cara impacta en la arena vasta de un desierto africano. Es el mismo instante.
¿Qué diferencias tendrá mi muerte con la de un viajante que decide explotar en un hotel alojamiento en las afueras de San Antonio? ¿Se repetirán las sensaciones de un hombre que decide agregar una dosis más a sus frágiles venas? ¿La diferencia estará en la soledad? ¿Existe la muerte sin soledad? ¿Existe la muerte colectiva? Un hombre en aquel puente, en plena caída, habrá logrado sentir la compañía de esos otros que caían junto a él?
Sé que mi muerte será la tapa de algún matutino en busca de una imagen que altere la mañana de una oficina. Sé que mi muerte cargará con el mismo efímero dolor que sintieron los hombres de ese vuelo en La Meca, aquel aldeano que simplemente detuvo su andar, el calvo transpirado que se arrepintió por un instante de tantos suculentos almuerzos mientras observaba la quietud de la autopista, el solitario que masticaron las serpientes del desierto, el viajante que pagó por una mujer que superó su resistencia, o aquel tragado por la heroína, que murió mientras viajaba por una infancia de manos suaves y sonrisas benévolas.
Mi muerte sólo será diferente porque yo la eligo. Y cuando finalmente caiga, me arroje de este edificio, y cuando esté en pleno vuelo hasta llegar al suelo, voy pensar en vos que pronto, muy pronto, vas a caminar sobre el puente equivocado, vas a elegir el carril bloqueado, vas a hundirte en la arena de una plaza o, simplemente, vas a amar a alguien hasta morir.
12.10.05
Sin mucho para decir
(La foto es intencionadamente pequeña)
Por si alguien está desinformado: http://www.clarin.com/diario/2005/10/12/sociedad/s-04415.htm
11.10.05
Palmera
La palmera redentora lo sostiene. Está presente el sol, agradable pero tan moderno como para destruirle la piel. Por eso la gorra, caribeña la gorra.
En las playas, los burgueses se visten de campesinos, y se ven bien.
El trabajo arduo y desesperado tendrá un final. El caos siempre precede a la calma, a la nada. Y será un día entero, tal vez dos. Serán horas extensas hasta despertar. Y al abrir los ojos descubrirá que la palmera es un árbol pintado, manchado por las manos urbanas, que la traspiración desprende el hedor salado de las gotas que han recorrido un largo camino desde el cuero de la cabeza hasta los labios suspendidos en un grito asfixiado, que el sonido de la marea se ha convertido en una bocina asesina. Y tendrá que volver a la vigilia dolorosa, a buscar más y a llegar hasta lo más bajo para encontrarlo. Y con el veneno en las manos, sufrirá esa emoción incómoda que sienten los que sólo quieren dormir, los que sólo pretenden descansar recostados en una palmera.
En las playas, los burgueses se visten de campesinos, y se ven bien.
El trabajo arduo y desesperado tendrá un final. El caos siempre precede a la calma, a la nada. Y será un día entero, tal vez dos. Serán horas extensas hasta despertar. Y al abrir los ojos descubrirá que la palmera es un árbol pintado, manchado por las manos urbanas, que la traspiración desprende el hedor salado de las gotas que han recorrido un largo camino desde el cuero de la cabeza hasta los labios suspendidos en un grito asfixiado, que el sonido de la marea se ha convertido en una bocina asesina. Y tendrá que volver a la vigilia dolorosa, a buscar más y a llegar hasta lo más bajo para encontrarlo. Y con el veneno en las manos, sufrirá esa emoción incómoda que sienten los que sólo quieren dormir, los que sólo pretenden descansar recostados en una palmera.
Hundido
La soledad puede tener varios aromas, dependientes del día, del momento; pero sólo puede tener una cara: la del vacío, la del hundimiento. Pero hay silencio. Apenas el ruido leve del céfiro que, tras las persianas cerradas, vive mientras la existencia transcurre, se infiltra entre las cosas, cruje a cada paso.
El humo de pronto toma vida, es tangible, por que la soledad nos provoca, nos incita a mirar, a convivir con los elementos. No hay bomba, no hay explosiones, ni gritos. El hundimiento es pausado, secreto, hasta placentero.
Sólo sobresalen las huellas en mi brazo, soy como un espía que se espía a sí mismo, que se descubre en la ciénaga, en una caída pantanosa. Y me hundo.
Y nos hundimos. Los inocentes se quiebran por las mentiras. Los culpables se alejan en el love boat. Las banderas se manchan, se llenan del barro ensangrantado. Pero no hay dolor, sólo hay hundimiento. Y nos seguimos hundiendo. Y las canciones ya son todas iguales, sólo son ruidos en la selva callada.
Y mueren 300, o muere uno, o muero yo. Hundido. Bajo el agua los rostros son aún menos amigables.