14.2.08
Falla en el sector
Es extraño lo sensorial. El cuerpo es extraño. Lo cuidamos tanto (genéricamente hablando, yo no soy exactamente un cultor de la salud personal) convencidos de que así evitamos dolores y malestares que, aunque inevitables en lo eventual, pueden ser retrasados, detenidos momentáneamente como la marea que, obstaculizada por un pie playero, retoma impulso y regresa irremediablemente.
A ver, mejor desbrocemos la cuestión: olvidamos que la parte más frágil, y también la más sufriente en tiempos de crisis, y por qué no la menos cuidada, es la cabeza, en cuanto a su parte interior, la intangible, la que más duele.
Puedo sentir como algunas células en mis tejidos se van plagando de grises, a veces de un verde sombrío. El cuerpo, a veces, se me parte; se me duerme una pierna, por ejemplo, cuando se avecina (silente o ruidosamente) la bruma de la nostalgia; y siento esa misma pierna morir, gangrenarse, cuando la nostalgia da paso a la ausencia, a la distancia, esos conceptos estultos.
El suicidio forzado de una extremidad es un evento que de improviso me acomete cuando te recuerdo, y eso es algo que sucede día por medio. El día en medio, entre sueño y sueño, seguís estando, pero en memorias más sutiles.
Así me siento desde que partí. Hoy y aquel día. Ni más, ni menos.
Sé disimular, eso sí; y tengo una atroz capacidad para simular que la vida es una tarea sencilla y que mis días son las piezas de un dominó en aceptable estado, no demasiado complejos, incluso bastante solubles, que se van pegoteando hasta hacinarse y perderse entremezclados en un nido de identidades perdidas. La parábola del día domingo, siempre híbrido, pero siempre igual.
Obviamente, la realidad es en efecto más agria. Pero la simulación, como la magna ignorancia sobre las cosas (don que no tengo), es un venerable vino con resaca benévola.
Pero en el apogeo de la sinceridad, en un día como hoy, cuando la necesidad de escribir tiene vínculo sanguíneo con la herida del recuerdo, te confieso a vos que me duelen las piernas, y que están a punto de anularse de mis sensores. Va a durar un rato más esta sensación de muerte fragmentada que crece con la culpa del despojo y el olvido de lo más importante.
A ver, mejor desbrocemos la cuestión: olvidamos que la parte más frágil, y también la más sufriente en tiempos de crisis, y por qué no la menos cuidada, es la cabeza, en cuanto a su parte interior, la intangible, la que más duele.
Puedo sentir como algunas células en mis tejidos se van plagando de grises, a veces de un verde sombrío. El cuerpo, a veces, se me parte; se me duerme una pierna, por ejemplo, cuando se avecina (silente o ruidosamente) la bruma de la nostalgia; y siento esa misma pierna morir, gangrenarse, cuando la nostalgia da paso a la ausencia, a la distancia, esos conceptos estultos.
El suicidio forzado de una extremidad es un evento que de improviso me acomete cuando te recuerdo, y eso es algo que sucede día por medio. El día en medio, entre sueño y sueño, seguís estando, pero en memorias más sutiles.
Así me siento desde que partí. Hoy y aquel día. Ni más, ni menos.
Sé disimular, eso sí; y tengo una atroz capacidad para simular que la vida es una tarea sencilla y que mis días son las piezas de un dominó en aceptable estado, no demasiado complejos, incluso bastante solubles, que se van pegoteando hasta hacinarse y perderse entremezclados en un nido de identidades perdidas. La parábola del día domingo, siempre híbrido, pero siempre igual.
Obviamente, la realidad es en efecto más agria. Pero la simulación, como la magna ignorancia sobre las cosas (don que no tengo), es un venerable vino con resaca benévola.
Pero en el apogeo de la sinceridad, en un día como hoy, cuando la necesidad de escribir tiene vínculo sanguíneo con la herida del recuerdo, te confieso a vos que me duelen las piernas, y que están a punto de anularse de mis sensores. Va a durar un rato más esta sensación de muerte fragmentada que crece con la culpa del despojo y el olvido de lo más importante.
Fotografía: Marianna Dellekamp