11.10.05
Hundido
La soledad puede tener varios aromas, dependientes del día, del momento; pero sólo puede tener una cara: la del vacío, la del hundimiento. Pero hay silencio. Apenas el ruido leve del céfiro que, tras las persianas cerradas, vive mientras la existencia transcurre, se infiltra entre las cosas, cruje a cada paso.
El humo de pronto toma vida, es tangible, por que la soledad nos provoca, nos incita a mirar, a convivir con los elementos. No hay bomba, no hay explosiones, ni gritos. El hundimiento es pausado, secreto, hasta placentero.
Sólo sobresalen las huellas en mi brazo, soy como un espía que se espía a sí mismo, que se descubre en la ciénaga, en una caída pantanosa. Y me hundo.
Y nos hundimos. Los inocentes se quiebran por las mentiras. Los culpables se alejan en el love boat. Las banderas se manchan, se llenan del barro ensangrantado. Pero no hay dolor, sólo hay hundimiento. Y nos seguimos hundiendo. Y las canciones ya son todas iguales, sólo son ruidos en la selva callada.
Y mueren 300, o muere uno, o muero yo. Hundido. Bajo el agua los rostros son aún menos amigables.